Si hay algo en lo que la mayoría de los seres humanos podemos igualarnos es en que a todos nos gusta comer, saborear, disfrutar de nuestros platillos favoritos. Ya sea solos, con amigos o con la familia, todos amamos una buena porción de esa comida que tanto nos gusta.
Pero qué pasa a la hora de pensar en quién cocina esa comida tan rica, tan buena para el alma… La imagen clásica que solemos tener es la de la abuela o la madre con el delantal lleno de harina, pero la realidad nos dice que las imágenes clásicas no son las que gobiernan las cocinas.
Leí por ahí que en la alta cocina los hombres son mejores que las mujeres, esa afirmación es bastante exagerada e incomprobable, aunque es cierto que el género masculino gana en cantidad en este rubro (de hecho estamos tan acostumbrados a decir el chef que al pronunciar la chef nos resulta extraño).
Lo cierto es que todos somos cocineros. A algunos tal vez les falte descubrirlo, pero las ollas y las sartenes nos esperan a todos por igual.
La cocina es como la alquimia, tomamos un poquito de esta especie, un poquito de esta otra y después de revolver un poco unos simples vegetales pueden transformarse en oro. Las comidas saladas tienen mucho de intuición, siempre y cuando no se nos de vuelta el salero, podemos improvisar a gusto y, si bien la cosa es a prueba y error, finalmente surgen esos platos maravillosos que nos llenan de orgullo. La cocina dulce es más estricta, tenemos que tomar bien las medidas o lo que iba a ser una torta puede transformarse en galleta, aunque eso también se aprende. Además siempre está internet para darnos una mano.
A los tímidos de las cucharas los aliento a que experimenten, al menos por un día, la magia de cocinar. El placer de ver a nuestros seres queridos sonriendo frente al plato no tiene precio. Y en el medio, el olorcito que van largando nuestros ingredientes saliendo de la olla o el horno es fantástico, saber que esa es nuestra propia obra de arte es muy gratificante.
Propongo que dejemos atrás las etiquetas y entremos todos a la cocina, a experimentar su encanto. Hombres, mujeres… ¿Qué importa? En el fondo, todos somos cocineros.